lunes, 12 de enero de 2009

haciéndome el amor


¿Qué mejor manera de comenzar un texto que con una pregunta? A veces siento que no hay suficientes palabras para expresar lo que siento. A veces creo que estoy en un hueco, luminoso u oscuro, verdaderamente no importa, porque me siento solo, rodeado de muros y murallas, paredes y paredones, de vestigios y consonantas, de juicios y prejuicios.

A veces me siento triste. Y aunque la felicidad desborde mi alma, siento con pena y desagradable injusticia como soy capaz de volverme un ladrillo. Cómo mi espíritu y pensamiento se unen para formar un paralelepípedo de inmundo conformismo y querencia de aceptación ajena, teñido con dejos de aquel rojizo rebelde que fluía en mi corazón. Cómo escribo y escribo páginas lanzadas al olvido por aquel joven imberbe que aún sobrevive dentro de mí.
Pero sigo corriendo, buscando el centro, alejándome de los muros; porque tengo sueños y los sueños son el fracaso de la humanidad, el odio del escepticismo, los vestigios de aquel salvaje que cerró sus ojos y creó una realidad mejor, y son la victoria del mundo, porque el mundo, cuando avanza, se vuelve un sueño para los desdichados y luego los sueños se vuelven mundo para los que fortunio poseen, tácito; y he descubierto que tengo muchos sueños.

Poco a poco con mis manos desnudas voy quitando los ladrillos de la pared, ladrillos que mi madre me ayudó a levantar y a colocar en su lugar; cemento que mi padre me enseñó a fabricar y a aplicar para asir fuertemente cada ladrillo a mi pared; pared que poco a poco fui creando para aislarme de la fantasía de mis sueños creadores, de la luz multicolor que ciega mis ojos cuando levanto la mirada y veo el cielo.

Poco a poco con mis manos desnudas voy limpiando las manchas reminiscentes que dejó la sociedad en mi cuerpo. Una lágrima de odio condensado corre por mi mejilla. ¿Por qué me enseñaron a odiarme? Mis dedos ásperos acarician mi piel, sintiendo la belleza de cada poro, consolando la tensión de cada músculo. Mis piernas se entrelazan una con otra como bailando un vals liviano que lleva mi nombre. Mi mano izquierda palpa mi rostro, mis ojos, mi boca, mi pelo y lenta mente me recuerda las caricias jamás vividas prohibidas por mis razones mientras mi mano derecha me acaricia suavemente. La oscuridad es absoluta pero siento que brillo profundamente, puedo ver mis ojos y entenderme a mi mismo, como por fin siendo una sola persona, como si estuviese tumbando la política de los muros, sus pírricas bases arraigadas en mi pensamiento, cual zapata cerebral. Muchas veces tuve sexo, pero por primera vez me hice el amor.

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